Lo veia mover los labios incesantemente pero las palabras se confundian entre la musica y el solo asentia con la cabeza aparentando interes. No es que le molestara pero ciertas veces Fernando podia ser verdaderamente monotono. Siempre con los mismos dialogos sumidos en la irracionalidad coherente de un ilogico razonamiento, produciendo esa verborragia en donde el sentido se escapa una y otra vez. Tal vez no era eso lo que realmente lo inquietaba. No, no lo era. Era la transgresion hecha cotidianeidad. La misma puta imagen todos los fines de semana, ahogado en el tercer vaso de whisky, rodeado de gotescos seres embriagados no solo de alcohol. Ese hedor brotando de todas partes, impregnandose en la remera que religiosamente lo acompañaba todos los sabados. Veia a ese viejo repulsivo sirviendo la cerveza con esa estupida mueca hipócrita pensando unicamente que su cognac se calentaba en la barra. Si, comenzaba a sentir la necesidad de escapar, de trazar una salida hacia la nada, desaparecer bajo el suelo, entre las colillas humeantes que se amontonaban a sus pies. Y Juan que no podia parar de mirarlo, analizandolo, identificandose en su espejo.

Sí, estaba asqueado de ese lugar, de esas caras, de esa negra de mierda que le pedía un trago interrumpiendo su interminable monólogo político. Sabía que los estaba aburriendo, sabía que el acido desfiguraba su discurso cayendo constantemente en la incoherencia, sabia que Javier solo fingía escucharlo. Lo que no sabía es qué era realmente lo que le producia ese malestar. Ese lugar escatológico, la música desfigurándose por los parlantes corroidos, o esos rostros lúgubres aferrados a sus copas imaginando otra existencia.

Se sobresaltó cuando Fernando se levantó de un salto para ir al baño. Pidió otra cerveza y dejo de mirar a Javier. El humo del habano comenzaba a saturarlo. Lo apaga. Mira. Nada. Exacatamente. Nada. No podía verlo de otra manera, todo tan vacío, tan falto de sentido, tan rutinario. Se sentía amenazado. Todo el tiempo amenazado. Ese baile de sombras por la ventana lo inquietaba cada vez mas. Sabía que podía entrar en cualquier momento, hasta le parecia escuchar sus pasos por encima de la musica y la falsa risa de esa pendeja que dios sabe que estaba haciendo aun en su mesa. Y Javier que sabía cuál era su temor, no era algo que lo intimidaba desde dentro. Era el afuera. Sí. Ese afuera aterrador amenzando con derribar la puerta, asaltarlo y derrumbar la linealidad.

El dueño se dispuso a cerrar. Fernando llevaba a Javier con los pies en el aire perdiendose en desvarios. Juan fue el ultimo en cruzar la puerta y enfrentar el sol calcinante de ese domingo de enero.